lunes, 7 de febrero de 2011

Constitución, ¿Sustituirla?

El pasado sábado, se cumplieron 94 años de haberse promulgado la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que hoy nos rige.
En el siglo XIX México tuvo siete congresos constituyentes que produjeron sus respectivos documentos. La de vigencia más prolongada fue la Constitución de 1857, que duró en la práctica, 60 años.
El siglo XX sólo produjo un constituyente cuyo resultado fue la Carta Magna, hasta hoy vigente, forjada por 206 hombres provenientes de todo el país que conocían los problemas de los mexicanos, entre los que había militares, obreros, mineros, periodistas, abogados, campesinos, maestros, ingenieros, así como médicos.

Las dos grandes constituciones de México fueron obra de revoluciones en las cuales los partidos triunfantes eran portadores de un proyecto de nación que se proponía cambiar profundamente la situación existente, sustentadas como expresión de ideales.

Sin duda, la Constitución es la ley más importante de una nación, nace para limitar el poder del Estado y para establecer los derechos de todos frente al Estado. En la Constitución están plasmados los derechos ciudadanos, pero también las obligaciones a la que están sujetos los que tienen responsabilidades públicas.

Para los mexicanos, el 5 de febrero, debería ser una fecha cívica muy importante, porque nos recuerda que en 1917, en Querétaro, se da conclusión a una nueva alianza social. Un pacto sostenido en principios, que de las luchas individuales y regionales construyeron garantías colectivas para nuestra convivencia y un diseño institucional necesario para el desarrollo económico, político y social de México.

Pues bien, frente a esta Carta Magna que ha estado vigente durante 94 años, existe una minoría de mexicanos que,-con intereses exclusivos- proponen no renovarla, sino sustituirla de inmediato por una nueva, argumentando con un abierto desdén que se requiere adaptar a los cambios que ha conocido la nación en los últimos años.


Los dos regímenes de extracción panista, con propósito revanchista, con pensamiento inflexible, refieren a nuestro documento rector, como si fuera una Constitución extraviada, un mero contrato; sin embargo, es oportuno señalar que las Constituciones no se inventan, ni se rehacen al gusto de los gobernantes.

Nuestros pasados documentos rectores no fueron el resultado de la labor de pequeños grupos de iluminados, sino de transformaciones profundas en la sociedad y el pacto entre fuerzas políticas que reconocieron esos cambios. Y ésta no es la situación actual. Ni siquiera hay acuerdo mayoritario acerca de lo que está sucedido realmente en el país y lo que debe pasar en el futuro próximo; sólo existe una situación pantanosa en la cual intereses del pasado y el presente se entretejen para conservar los privilegios vigentes.

Así pues, ante los duros desafíos de nuestra época, ante aquellos que quieren desconocer la historia, que intentan hacer tabla rasa del pasado, afirmémosles que la sociedad mexicana ha sido prudente pero no indiferente, y que ningún mexicano tiene derecho de atentar contra la República por omisión o por olvido; o bien, por ineficacia o por desvío.

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